“Exigimos ya la aplicación de la ley también en las escuelas y universidades privadas”

Por Ezequiel Eiben
Fuente: Fundación Bases

Detrás de las palabras que componen esta pequeña, y a la simple vista de muchos, justa frase, que tomamos a modo de ejemplo como un típico reclamo ciudadano o parlamentario para regular cuestiones privadas, se esconden cuestiones que son menester analizar.

No ahondaremos la exposición en el aspecto jurídico de una ley, sino que nos limitaremos a un análisis desde el punto de vista filosófico y moral respecto de la exigencia de su sanción y aplicación.

“Exigimos ya” normalmente refiere exclusivamente al interés del sector que pretende la aplicación de la ley, sin considerar o bien directamente pasando por encima el interés de quienes serán los principales receptores de dicha legislación: aquellos a quienes las regulaciones están destinadas y que deberán obrar en consecuencia de lo dispuesto. En el caso de nuestro ejemplo, las reguladas por el Estado serían las escuelas y universidades privadas.

“La aplicación de la ley”, que en nuestro ejemplo refiere a la supervisión estatal de un emprendimiento privado, refiere a la coacción estatal para hacer cumplir sus disposiciones y al castigo en caso de desobediencia. La manera de hacer cumplir una ley que por definición es obligatoria (y que regula aspectos privados o íntimos afectando la libertad) a un sector determinado es a través de la fuerza. Se cumple con la ley, sino se recibe una sanción: esta puede variar desde multas hasta la clausura del establecimiento, dependiendo la gravedad de la falta.

Es decir, la exigencia de que una ley reguladora de diversos aspectos de una actividad como la educación privada se haga manifiesta y efectiva equivale en líneas generales a abrir las puertas al intervencionismo estatal en actividades privadas. Se puede visualizar que el Estado interviene en negocios, contratos o proyectos de particulares como un entrometido intentando poner orden de acuerdo a su arbitrariedad, cuando en rigor el ente público (en caso que existiera) debería sustraer su actuación de interferencias indebidas y limitar su accionar a la protección de los derechos de los individuos. Si se sancionaran leyes, estas deberían ser objetivas, garantizando derechos individuales, en vez de violándolos.

Aquellos que reclaman por aplicaciones de leyes coactivas sobre espacios y aspectos privados ¿acaso no perciben realmente lo que están pidiendo? ¿No se dan cuenta que están cercenando la libertad de mercado, y arrojándose en manos de papá Estado que impartirá las órdenes? De más está decir que varios estatistas son plenamente concientes de su posición favorable al aparato público omnipresente. No dejan lugar a lo voluntario; prefieren lo forzoso. Al resto que “no se da cuenta” de lo que están difundiendo, ¿no son suficientes ya los fracasos como para cambiar de postura?

Como decía Ludwig Von Mises: “El Estado es una institución humana, no un ser sobrehumano. Quien dice: debería haber una ley sobre este asunto, quiere decir: la fuerza armada del gobierno debería obligar a la gente a hacer lo que no quiere hacer. Quien dice: esta ley debería ser puesta en vigor, quiere decir: la policía debería obligar a la gente a cumplir esa ley. Quien dice: el Estado es Dios, deifica la armas y las cárceles” (*).

Aquellos obsesivos de las regulaciones y sedientos de la creación de leyes, aquellos desenfrenados sancionadores de legislación y ansiosos por seguir recopilando volúmenes normativos de imposición a los demás, son los que aprueban el intervencionismo estatal y el consecuente daño a la libertad individual.

Favorecen la caída de la ya de por sí precaria división existente en su cosmovisión entre la esfera pública y la privada, disminuyendo o extinguiendo la libertad y sentando los cimientos desde donde se edifica el Estado totalitario.

La propiedad debe ser privada, y a la propiedad privada se la debe respetar. De existir un Estado, el mismo debe cumplir los fines de garantía de la libertad y protección de la propiedad, en vez de ser el principal violador de la primera y saqueador de la segunda.
¿Se habrán preguntado los partidarios del intervencionismo estatal acerca de su moral, consistente en impedirles a las personas la posibilidad de tomar ellas mismas sus propias decisiones morales, comerciales y privadas de manera libre? En nuestro ejemplo sobre educación privada, pretenden que burócratas decidan caprichosamente con “iluminaciones” ideológicas, la educación que los padres deben otorgar a los hijos.

El “vive y deja vivir” no es algo a lo que están acostumbrados ustedes los intervencionistas; prefieren gobernar y dominar, regular la vida de los demás.

Deben cambiar de actitud. Intervencionistas, no se si querrán vivir; pero por lo menos dejen vivir a los demás. Ustedes consigo mismo hagan lo que quieran.

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Notas:
(*) Ludwig Von Mises, Gobierno Omnipotente, Madrid, Unión Editorial, S.A., 2002 (1944). Pág. 81.
La cita puede verse en: http://www.liberalismo.org/articulo/157/64/estado/minimo/

Las opiniones expresadas en artículos publicados en www.fundacionbases.org no son necesariamente las de la Fundación Internacional Bases

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